Un adolescente vio a una niña pequeña sentada en el asfalto llorando: decidió ir a su encuentro, pero entonces ocurrió algo inesperado.
Mark, de 10 años, adoraba estar en la estación de tren. Este rincón tan animado y concurrido de la ciudad era especial para él. A veces venía con amigos, pero más a menudo solo. Le gustaba sentarse en el banco del andén tres, hacer los deberes o simplemente ver los trenes desaparecer en la distancia, soñando con futuros viajes.
Ese día empezó como siempre. Mark se sentó en su sitio habitual cuando de repente vio algo extraño: cerca, junto a una farola, una niña estaba sentada en el asfalto. Pequeña, de unos cuatro o cinco años. Apretaba con fuerza su osito de peluche y lloraba desconsoladamente, sin mirar a nadie.
Mark se quedó atónito por un momento, pero decidió ir a su encuentro, y entonces ocurrió algo inesperado. Continúa en la primera reacción.
— ¿Por qué lloras? ¿Estás sola?
La niña no respondió, solo negó con la cabeza y abrazó a su osito de peluche con más fuerza. Él se sentó a su lado:
— ¿Estás perdida? ¿Cómo te llamas?
— Sara… —susurró—. Iba con mamá… fue a comprar los billetes y me dijo que esperara aquí. Pero hace tiempo que no está…
Mark frunció el ceño. Llevaba más de media hora en la estación, pero no había visto a ninguna mujer con un niño.
— ¿Sabes el número de teléfono de tu madre?
La niña asintió y sollozó mientras dictaba el número.
Mark sacó su viejo teléfono de botones de la mochila; sus padres se lo habían dado «por si acaso». Marcó el número. Sonó unos cuantos timbres. Contestaron.
— ¿Hola? —una voz de mujer preocupada.
— Hola. Encontré a tu hija. Está en la estación, en el tercer andén. Está sentada sola y llorando.
— ¡Dios mío! —casi gritó la mujer—. ¡Estaba comprando entradas y ya no estaba! ¡Voy a dar una vuelta por toda la estación y llamar a seguridad!
—Está aquí. Todo está bien —dijo Mark—. Estoy con ella.
Unos minutos después, la mujer salió corriendo, sin aliento, con el teléfono en la mano y lágrimas en los ojos. La abrazó y repetía: «Cariño, perdóname… perdóname…».
Cuando todo se calmó un poco, la mujer miró a Mark:
—Gracias. Solo la dejé sola un momento, pero probablemente se equivocó de camino… Es terrible. Y si no hubieras estado allí… Si se hubiera subido a las vías… Gracias, eres un héroe.
Mark se encogió de hombros. Se sentía un poco incómodo, pero por dentro sentía una nueva y cálida sensación.