El niño le dio una caja extraña a su maestra, y sus compañeros se rieron de él, pero cuando la abrió, todos se quedaron paralizados.
Al final del año escolar, los alumnos de séptimo grado decidieron felicitar a su maestra por la festividad. Casi todos llevaron flores, cajas de regalo y tarjetas. Se oía un ruido alegre en el aire; los niños discutían animadamente quién había regalado qué. Y entonces se acercó al escritorio de la maestra: un niño tranquilo y discreto, al que la mayoría incluso olvidaba llamar por su nombre. Era un estudiante mediocre, aunque tenía mucho talento. Simplemente, durante el último año, su madre estuvo constantemente enferma y no pudo ayudarlo con sus tareas, y recientemente falleció.
Una sonrisa vacilante se dibujó en el rostro del niño; en sus manos sostenía una caja extraña, envuelta en papel marrón y sellada con cinta adhesiva vieja. Algunos alumnos estallaron en carcajadas al instante. Alguien susurró:
— El mendigo trajo algo otra vez…
La maestra tomó la caja automáticamente, con la intención de agradecerle y apartó el regalo, como solía hacer. Pero algo en los ojos del niño —una mirada llena de ansiedad y esperanza— la hizo abrir la caja en ese mismo instante.
Cuando retiró el papel y abrió la tapa, la clase se quedó en silencio. Todos los estudiantes guardaron silencio de repente, y la maestra miró al niño con sorpresa. 😲😲 Continúa en el primer comentario 👇👇
Dentro de la caja había una vieja pulsera con piedras artificiales, un poco desgastada, y un frasco casi vacío de perfume barato.
— Esto… esto es de mamá —dijo el niño en voz baja, con dificultad para encontrar las palabras—. Solo pensé… que quizás querrías tener esto…
Las filas de atrás volvieron a reírse entre dientes.
«Es basura», susurró alguien.
Pero en ese momento la maestra cambió. Su rostro se puso serio. Lentamente sacó la pulsera y se la puso en la muñeca. Luego abrió el frasco y se roció el perfume en el vestido.
«Hueles como tu madre», susurró el niño, y sus ojos se humedecieron.
La maestra se enderezó.
«Huele muy bien, ¿verdad, niños?»
La clase se quedó en silencio. Algunos estudiantes asintieron con vacilación. Las risas se apagaron.
Todo cambió a partir de ese día. La maestra comenzó a observar a ese niño con más frecuencia. Después de las clases, comenzó a trabajar con él por separado, explicándole que no habían tenido tiempo de repasarlo.
Descubrió que estaba creciendo con su abuela, que su madre había fallecido hacía solo un mes y que su padre había abandonado a la familia incluso antes.
Con el tiempo, el niño empezó a responder con más seguridad. Sus notas mejoraron. Y lo más importante, empezó a creer en sí mismo.