Fui a la floristería a comprar ramos para mi esposa y mi hija. Apenas había elegido uno cuando noté a un hombre mayor en la entrada.
Llevaba un abrigo viejo, pantalones plisados y zapatos desgastados. No somos personas sin hogar, sólo humildes, pero limpios y decentes.
Un joven florista se le acercó y le dijo con dureza:
— ¿Qué haces aquí, abuelo? Sois unos clientes molestos.
Él respondió suavemente:
—Disculpe señorita… ¿Cuánto por una rama de mimosa?
Ella respondió groseramente:
– ¿Estás loco? Obviamente no tienes dinero.
Sacó tres billetes arrugados de 10 rublos:
—¿Tal vez algo por treinta?
Ella le dio una rama rota y marchita:
—Toma esto y vete.
Lo tomó con manos temblorosas. Una lágrima rodó por su mejilla. Me rompió el corazón.
Subí y pregunté:
—¿Cuánto por toda la cesta?
—¿Doscientos euros…?
Pagué y le di todas las flores al anciano.
—Esto es para ti. Dáselo a tu esposa.
Él lloró. Fuimos a una tienda cercana y compramos un pastel y vino.
— Llevamos 45 años juntos… Ella está enferma… ¿Pero cómo podría aparecer sin flores en su cumpleaños? Gracias hijo…