El muchacho convenció a su padre para que vendiera su casa y le prestara dinero, prometiéndole cuidarlo. Pero este cuidado no duró mucho. Después de un año, el niño dijo que su padre tuvo que mudarse a un asilo de ancianos.
El anciano no se opuso. Sabía que su hijo ya había tomado una decisión. Lo llevaron al asilo de ancianos el mismo día.
Seis meses después, el anciano falleció. El hijo que vivía libre acudió a un abogado para preguntar sobre la herencia de su padre. Pero resultó que el padre fallecido tenía guardada una verdadera sorpresa.
El niño se dio cuenta del error que había cometido, pero ya era demasiado tarde.
Te contamos qué hizo el viejo inteligente en el enlace de los comentarios ⬇️⬇️
Hace muchos años, el padre vendió su casa para ayudar a su hijo. Viktor no tenía suficiente dinero para comprar un apartamento, por lo que él mismo le sugirió a su padre la siguiente solución:
«¿Por qué necesitas esa casa?» Estás solo allí. Tenemos una familia, hijos. Vivirás con nosotros, no te aburrirás.
El padre dudó durante mucho tiempo. Pero al final aceptó, por el bien de su hijo.
Al principio todo iba bien. Sin embargo, con el tiempo, algo cambió. Viktor se mudó, su esposa empezó a ponerse nerviosa por cualquier cosa y la niña miraba a su abuelo como si ni siquiera fuera un miembro de la familia, sino un extraño.
Poco a poco, el anciano se dio cuenta de que ya no era necesario. Le dieron un pequeño rincón en la habitación y él trató de no confrontar a nadie para no causar más descontento.
Un día Viktor anunció:
«Papá, va a ser un acontecimiento importante.» Mi hija se va a casar. Y sabes…tienes que moverte. Encontramos una buena residencia de ancianos con personal amable. Aquí los jóvenes viven juntos durante un tiempo. Piénsalo, no podemos caber todos.
— Viktor… vendí mi casa por ti. Doy todo de mí porque creí que me cuidarías como yo te cuidé. Fue doloroso dejar esa casa. Pero lo hice por ti. ¿Y ahora simplemente me estás alejando?
«Papá, no seas dramático.» Vendremos, no estarás solo.
El anciano no se opuso. Sabía que su hijo ya había tomado una decisión. Lo llevaron al asilo de ancianos ese mismo día.
Al principio estaba triste, no comía, no hablaba. Pero con el tiempo se acostumbró. En el hogar había una enfermera joven que lo cuidaba con genuina calidez. Él no dijo cosas cliché, ni la miró con lástima. Simplemente estaba allí.
Seis meses después, el anciano murió. Viktor nunca lo visitó.
Cuando lo llamaron ante el abogado, esperaba oír hablar de la herencia. Pero su nombre no estaba en su testamento. Todo lo que su padre había acumulado durante su vida —un millón de rublos— fue entregado a esa joven enfermera.
El abogado le entregó a Viktor una nota:
«Sólo quería vivir el resto de mi vida en paz.» Pero me traicionaste. Le di este dinero a la persona que estuvo a mi lado cuando sufrí. A quien demostró humanidad. Adiós.»
Viktor leyó estas palabras una y otra vez. Y sólo ahora se dio cuenta de que no sólo había perdido su herencia. Perdió a la persona más cercana a él. Pero ya era demasiado tarde.