Stas tenía sólo cinco años cuando los pisos de linóleo del orfanato se convirtieron en su mundo. Sostenía firmemente entre sus manos un osito de peluche destartalado, con el pelaje desgastado y deslustrado: era su pequeño escudo contra el inevitable rechazo que creía que era inevitable. La risa y la alegría lo rodeaban, pero parecían sólo un eco lejano. Stas ya ha decidido que “no necesita a nadie”.
Observó a muchas parejas entrar por las puertas del refugio con la esperanza de encontrar rostros, pero cada vez salían sin él. Con el tiempo, dejó de tener esperanzas y construyó muros alrededor de su corazón para protegerse de la decepción.
Un día, apareció una mujer llamada Jeanne. Ella permaneció en silencio en la puerta, su mirada suave y cálida. Su vida estuvo llena de pruebas, pero en Stas vio algo que encendió en ella el deseo de amar y sanar al niño herido que estaba sentado con un osito de peluche, evitando su mirada.
–Hola –dijo suavemente, agachándose a su altura.
Stas la miró con cautela, su voz débil pero obstinada:
– ¿Te vas tú también?
El corazón de Jeanne se contrajo.
– No, cariño. Estoy aquí para quedarme.
Los muros de Stas no se derrumban fácilmente, pero Jeanne no se rinde. Ella llenó su nuevo hogar de calidez, creando un lugar confortable donde el amor podía florecer. Pero Stas, ahora su hijo adoptivo, no la dejó entrar. Él no la llamaba “mamá” y a menudo le recordaba que ella “no era una verdadera madre”.
Jeanne no se echó atrás. A pesar de las rabietas, las palabras duras y el rechazo, ella continuó amándolo para siempre. Pero con la edad, Stas sólo ha fortalecido sus muros.
Cuando Stas tenía 13 años, Jeanne recibió una terrible noticia: le habían diagnosticado cáncer en etapa avanzada. Pasó sus últimos días preparando a Stas para la vida sin ella. Ella le escribió cartas, le dejó instrucciones y puso su amor en pequeñas muestras de cariño.
Pero Stas se negó a escuchar. El miedo a perderla sólo endureció su corazón.
Un mes después, Jeanne se había ido. En su funeral, Stas permaneció inmóvil mientras las lágrimas corrían a su alrededor. No podía llorar, no podía sentir. El mundo se ha vuelto frío y vacío de nuevo, como en un refugio.
Nueve días después, la mejor amiga de Jeanne, Svetlana, se acercó a Stas con silenciosa insistencia.
“Tu madre te dejó algo”, dijo. – Te está esperando en su tumba.
Stas dudó, pero finalmente fue al cementerio. Allí, sobre la lápida de Juana, había un sobre con su nombre escrito con su letra habitual. Sus manos temblaban cuando lo abrió y comenzó a leer.
La carta reveló una verdad que Stas ni siquiera podía imaginar: Jeanne no era solo su madre adoptiva. Ella era su madre biológica.
Ella era una niña embarazada asustada cuando lo dejó en el refugio, creyendo que era la única manera de darle una vida mejor. Años después, hizo todo lo posible para traerlo a casa, ocultándole la verdad para no lastimarlo más.
Las lágrimas corrieron por las mejillas de Stas mientras leía sus últimas palabras:
“Te amé antes de que nacieras. Te amé con cada palabra. Y te sigo amando, incluso desde ahí, más allá de lo siento. Tu madre, Jeanne”
Stas cayó sobre la lápida, agarrando la carta con fuerza contra su pecho.
—Lo siento, mamá —sollozó. – Lo lamento. No lo sabía.
El viento lo envolvió mientras la propia Juana lo abrazaba. Por primera vez, Stas dejó que sus muros se derrumbaran. El amor al que se resistió durante tanto tiempo finalmente se abrió paso, llenando el vacío que definía su joven vida.
Desde ese día, Stas comenzó a acudir regularmente a la tumba de Jeanne, no por sentido del deber, sino por amor. Su escritura le dio el cierre que tanto necesitaba, y su amor incondicional se convirtió en la base de la nueva vida que comenzó a construir: una vida basada en el amor de una madre que nunca dejó de luchar por él.