Greg y yo estábamos viviendo lo que parecía un perfecto cuento de hadas romántico. Su sonrisa se iluminó mientras caminaba por el pasillo, pero en el fondo sabía la verdad detrás de nuestra fachada. Greg creía que este era el comienzo de nuestro final feliz, pero yo llevaba un secreto que destrozó su ilusión. La fiesta transcurrió sin interrupciones, el champán corría y los padres admiraban a su “hijo perfecto”. Hice mi parte, sonriendo y riendo en los momentos apropiados, mientras Greg permanecía ajeno a la tormenta que se avecinaba bajo la superficie.
A medida que avanzaba la noche, el entusiasmo de Greg por nuestra noche de bodas era palpable. Su tacto era demasiado impaciente, su sonrisa demasiado amplia y me sentí como una actriz interpretando un guión escrito por otra persona. Pero tenía otros planes. Cuando finalmente llegamos al dormitorio principal, él estaba casi encantado de quitarme el vestido, sin darse cuenta de la sorpresa que le esperaba debajo.
Cuando se cayó el vestido, el mundo de Greg se vino abajo. Sus ojos se abrieron con horror cuando vio el tatuaje temporal de Sarah, su ex, dibujado en mi cuerpo, con sus palabras impresas debajo: «Una última muestra de libertad antes de que quedes atado a este cuerpo para siempre». Le fallaron las rodillas y suplicó una explicación, pero no fue necesaria. Su culpa estaba escrita en cada arruga de su rostro.