Estoy casado desde hace tres años. Mi esposa y yo nos conocimos en el trabajo: una historia común: proyectos compartidos, almuerzos juntos, largas conversaciones. Después del matrimonio, la vida cambió.
Ella quedó embarazada y se fue de baja por maternidad, mientras todas las preocupaciones financieras recaían sobre mis hombros. Los días de trabajo se han vuelto similares: mañana en la oficina, tarde en casa. Mi esposa se hizo cargo de la casa, se quedó con nuestro hijo, preparó la cena y yo sabía que cuando regresara encontraría la comodidad habitual.
Pero esa noche fue extraña desde el principio.
Abrí la puerta principal, me acerqué al piano y toqué como de costumbre. Silencio. Llamé a la puerta, pero aún no hubo respuesta. ¿Tal vez en el baño? Pero ella siempre escucha mis pasos. Tomé las llaves y entré.
La escena que se presentó ante mí me hizo perder el equilibrio. La televisión estaba haciendo ruido. La puerta del refrigerador estaba entreabierta. Había objetos dispersos en el suelo: camisetas, toallas, juguetes de niños.
Fui más allá, miré en el baño: había un charco de agua. Como si alguien hubiera salido corriendo de allí.
¿Dónde está mi esposa? ¿Dónde está mi hijo?
Mi cabeza trabajaba a un ritmo ansioso. Lo primero que me vino a la mente fue un robo. Pero no hay dinero ni objetos de valor en la casa. ¿Y entonces qué pasó? ¿Por qué todo parece como si alguien hubiera huido y lo hubiera dejado todo atrás?
Marqué el número de mi esposa con dedos temblorosos. La señal. Luego la voz fría e indiferente del contestador automático: “El suscriptor no está disponible temporalmente”.
Mi corazón latía con fuerza. ¿Quizás llegué sólo unos minutos tarde? ¿Quizás si hubiera llegado antes podría haber cambiado algo?
En ese momento escuché pasos detrás de mí.
—Ah, querida, ¿ya estás en casa? —dijo su voz.
Me di la vuelta de repente. Mi esposa estaba parada en la esquina de la puerta con una bolsa de comestibles. Calma. Sonriente.
—¿Qué pasó aquí? ¿Dónde está nuestro hijo? ¿Por qué está apagado tu teléfono?
Ella se quitó tranquilamente el abrigo y colocó su bolso sobre la mesa.
—¿Cómo te fue el día?
No lo logré.
– ¡¿Qué pasó?! ¡¿DÓNDE ESTÁ EL BEBÉ?!
Mi esposa me miró levantando las cejas con sorpresa.
– Calma. Es de mi madre. Y acabo de ir a hacer compras.
— ¿Y este lío?
Ella sonrió y se sentó en el sofá.
— Pregúntame qué hice hoy.
Fruncí el ceño.
– ¿Qué?
Mi esposa se estiró, bostezó y, sonriendo, dijo:
– Nada. Acabo de descansar.