Tras la muerte de su esposo, Eva, una mujer de cincuenta años, regresó a la granja de sus padres en las afueras de Szenterőd para criar sola a sus dos hijos. Ex francotiradora, había dejado atrás el campo de batalla, pero la paz no duró.
Una mañana, mientras reparaba la cerca, un motociclista con un chaleco que decía «Lobos de Hierro» apareció. Pronto, su hija Lila llegó alarmada: en la gasolinera, los motociclistas preguntaban por su tierra.
Poco después, cuatro hombres llegaron en moto. El líder, Snake, exigió un pago mensual para “proteger” la granja. Eva se negó.
Sabiendo que el peligro era real, reunió a sus vecinos y prepararon la defensa. Reforzaron cercas, cavaron trincheras y entrenaron. Eva desempolvó su viejo rifle.
Cuando los Lobos atacaron, fueron repelidos con astucia. Eva dañó sus vehículos desde su puesto de vigilancia, Lila defendió la granja, y el pueblo resistió unido.
Pero volvieron, más armados, más numerosos. Esta vez, intentaron un ataque desde varios frentes. A pesar de las explosiones e incendios, el pueblo resistió. Eva, serena y decidida, lideró la defensa. Con cada disparo, enviaba un mensaje: no cederían.
Al amanecer, los Lobos se retiraron. Snake quedó herido. Eva se acercó con su arma apuntando. Él advirtió que otros vendrían. Ella respondió que los esperaría.
El pueblo de Szenterőd no solo defendió una granja. Defendió su historia, su futuro, su comunidad.
Eva no solo volvió al campo con sus hijos. Volvió con fuerza, fe y un propósito. Y eso marcó la diferencia.
